Perdiéndome entre todos los tonos de verde posibles, llegué a la parte alta de una montaña y me detuve a mirar la magia que la envolvía. A mi lado, un hombre organizaba el camino que llegaba hasta su montaña. Un hombre que muchos describirían como pobre, un hombre absolutamente rico.
Parada junto a una pequeña casa de madera muy particular y bien tenida, con ventanas invitando a ese horizonte de montañas infinitas, pensé en la sensación de despertarse todos los días en semejante lugar.
– ¡Qué vista tan hermosa! –le dije al hombre.
– Pues sí, a usted puede parecerle muy hermosa la vista, pero yo ya estoy cansado de vivir aquí. Pasan semanas completas sin que yo mire siquiera para allá… –me respondió.
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