“¡Ah, qué belleza de divisa!”, me dice un hombre, un mensajero que cruza la puerta de mi apartamento para entregarme una caja, mientras se acerca tímidamente para mirar más de cerca el balcón.
– Con permiso –da unos pasos más– Me imagino cómo disfrutarán ustedes ahí –me dice sin apartar la mirada de las últimas gotas de luz que nos ofrece la ciudad.
– ¡Muchas gracias! –le digo sonriendo y mirando con él.
– Es el sur –me dice.
Y nos despedimos.
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