Entender la esencia del camino, así no se tenga todo resuelto, es a veces la clave para llegar a una meta que permita seguir construyendo a su vez caminos más agradables y claros.
Hace unos meses le pregunté a un joven en Bosnia cómo se sentía con respecto a la recuperación de su país tras una guerra sangrienta e indescriptible que terminó hace apenas 27 años: “Vamos mejorando, aunque es difícil… Tal vez sea un poco más fácil para las generaciones que vienen, que de pronto no se van a acordar tanto de todo lo que pasó… Pero yo lo único que sé es que, así algunos hayamos vivido momentos muy duros, tenemos claro que la violencia nunca más, que saldremos adelante despacio, pero jamás con violencia.”
Me lo dijo con dolor y con una convicción tan impresionante, que yo tuve la certeza de que esa nación y esa sociedad tan heridas tienen esperanza y las espera un futuro mejor.
Ojalá que en Colombia, que tuvimos tantos más años de violencia que Bosnia, nos hayan sido suficientes para entender que la sangre solo trae más sangre y que solo educando para convivir en paz con el otro y para construir un camino de vida legítimo se puede alcanzar la armonía personal, familiar y en sociedad.
Que el futuro de nuestra Colombia no gire en torno al odio ni a la venganza. Que tengamos un país en construcción permanente alrededor de la esperanza y lejos de la guerra, en donde las nuevas generaciones hablen del odio en pasado, como una lección de historia cercana para no olvidar, pero para no repetir.
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