Imagínate que un día circunstancias ajenas a ti hagan la vida tan difícil, que tengas que mirar las paredes de tu casa, esos pedazos físicos que se juntan para darle forma a tu hogar y que ya están también de alguna manera pegados al corazón, y decirles adiós con cierto afán y sin estar preparado, no porque vayas a perseguir el sueño de transformación y crecimiento de ese hogar, sino porque el egoísmo ciego y la ambición de poder de algunos hombres han llegado al punto de golpear tan fuerte las vidas de muchos otros, que tendrás que abandonar tu rincón de mundo, ese que has construido con tanto esfuerzo y que te acoge cada noche junto a los que amas, y ahora te verás obligado a empacar una pequeña maleta para empezar a caminar una calle infinita en busca de algún otro rincón de mundo que tal vez te permita juntar nuevos pedazos.
Imagínate cruzar una frontera con esa maleta y con el corazón partido y tembloroso, conteniendo el llanto para no asustar a los que amas, que también llevan el corazón partido y están temblando, para no arrebatarles lo que les queda de esperanza, y pensando quizás en esos otros amados que se quedaron atrás por alguna razón y en el hogar que quedó vacío y que tal vez no se vuelva a ver.
Imagínate, además de todo eso, llegar con hambre a un lugar en el que hablan distinto y en el que muchos te ven como un extranjero y te miran diferente. Imagínate empezar a levantarte en territorio extraño cada día, aún sin juntar pedazos que formen un rincón de mundo para vivir en paz y proteger a los que más amas, que se ven tan vulnerables, y tener que convertir cada uno de esos días en una lucha profunda para llevar algo al estómago y para encontrar alguna razón que permita reconstruir la esperanza.
Todo eso es impensable, hace que el corazón descargue un calambre que recorre todo el cuerpo. Yo no he podido parar de imaginarlo desde hace unos días cuando, de ida para el trabajo alcancé a leer desde el carro la primera parte del letrero que cargaba un hombre con arrugas profundas y la mirada perdida: “Soy venezolano. Por favor ayúdame. Solo Dios sabe lo que vivimos cada día…”
Y me recorrió ese calambre y me recorre ahora que vuelvo a pensarlo y lo escribo. No pudo decirlo mejor. Solo Dios sabe lo que viven cada día. Pero estamos obligados a imaginarlo para que ese dolor y ese calambre se conviertan en una solidaridad más palpable. Y para que ellos puedan sentir que no solo Dios lo sabe.
Leave a Reply