Yo lo he visto con mis propios ojos. Y me he sentido asqueado y sublevado por la miseria atroz, indescriptible, en que languidecen, sin trabajo, sin futuro, sin espacio vital, en las cuevas estrechas e inmundas de los campos de refugiados o en esas ciudades atestadas y cubiertas por las basuras, donde se pasean las ratas a la vista y paciencia de los transeúntes, esas familias palestinas condenadas sólo a vegetar, a esperar que la muerte venga a poner fin a esa existencia sin esperanza, de absoluta inhumanidad, que es la suya.

Son esos pobres infelices, niños y viejos y jóvenes, privados ya de todo lo que hace humana la vida, condenados a una agonía tan injusta y tan larval como la de los judíos en los guetos de la Europa nazi, los que estaban siendo masacrados por los cazas y los tanques de Israel, sin que ello sirviera para acercar un milímetro la ansiada paz. Por el contrario, los cadáveres y ríos de sangre de esos días sólo sirven para alejarla y levantar nuevos obstáculos y sembrar más resentimiento y rabia en el camino de la negociación.

[…]

‘Nuestros corazones se han endurecido y nuestros ojos se han nublado’, dice el periodista israelí Gideon Levy, en un artículo aparecido en el diario Haaretz el 4 de enero pasado, comentando la incursión del Tsahal en Gaza. Como todo lo que escribe, su texto transpira decencia, lucidez y coraje. Es un lamento por esa progresiva desaparición de la moral en la vida política de su país, aquel fenómeno que, según Albert Camus, precede siempre los cataclismos históricos, y una crítica a esos intelectuales progresistas, como Amos Oz y David Grossman, que, antes, solían protestar con energía contra hechos como el bombardeo de Gaza y ahora, tímidamente, reflejando la involución generalizada de la vida política israelí, sólo se animan a reclamar la paz. Gracias por demostrarnos que todavía quedan justos en Israel, amigo Gideon Levy.

 

Apartes del texto de Mario Vargas Llosa en Lapoliticaonline.

Cuando se pierde todo

Homenaje del artista israelí Amir Schiby a los cuatro niños palestinos asesinados en un ataque de su país

Yunis Baker no deja de vigilar el cielo cuando sale de casa. El niño, de siete años, busca los drones armados que revolotean sin pausa sobre Gaza, teledirigidos desde algún lugar de Israel. El Ejército no aclara si fue uno de estos aparatos el que mató el miércoles pasado a cuatro de sus primos, de entre 9 y 11 años, mientras jugaban en una playa de Gaza con él y con su hermano Hamad, de 13. Los chicos huían de una primera explosión en el muelle cuando, a unos 200 metros, les alcanzó de lleno otro proyectil ante los ojos atónitos de un grupo de periodistas. Su padre, Jamís, señalaba este lunes a Hamad en el patio anterior de su casa: “Tenía metralla en el pecho y está curándose, pero Yunis tiene algo peor”. Apenas habla, no sonríe, no duerme. Lo encuentran acurrucado bajo la cama todas las mañanas. El pescador gazatí, de 52 años, reprimía el llanto al explicar que su hijo pequeño “es otra persona al 90%”. Si nadie les ayuda, cree, están “a punto de perderlo del todo”.

[…]

Mahmud Yazgui, de 20 años, acababa de ver salir los cadáveres de sus sobrinos Hatem y Yasmín, de 2 y 4 años. Murieron por el proyectil de tanque que reventó la vivienda de sus abuelos. Sus padres los habían mandado a dormir allí porque creyeron que era un sitio seguro. Los ancianos también murieron. Horas antes, también en el centro de Gaza, cuatro niños de la familia Hallaq habían muerto en un bombardeo aéreo que destrozó tres pisos en el edificio Córdoba del barrio de Rimal. Algunos vecinos limpiaban la sangre de la escalera, mientras buscaban los restos de uno de los niños entre los cascotes. En la devastación de las viviendas se veían cuadernos escolares con dibujos de Bob Esponja.

Juan Gómez, periódico El País

Imagen: Homenaje del artista israelí Amir Schiby a los cuatro niños palestinos asesinados en un ataque de su país. Tomada de la página de Facebook del artista.

La imaginación

Imagino

Trato de imaginarme cómo será levantarme en una cama puesta sobre un suelo que reclaman otros. En una casa –si es que hay una casa– construida en un país que siento como mío, pero que no existe.

Trato de imaginarme la angustia que deben producir los sonidos de las explosiones, ahí, afuera de la que llamo mi casa, en esas calles que he recorrido y que me han permitido vivir.

Trato de imaginarme la sensación de vulnerabilidad, la impotencia absoluta al abrazar a las personas que amo para despedirme hoy, en un día cualquiera, sin saber si será la última vez.

Trato de imaginarme lo desgarrador que tiene que ser saber que nací, que tengo una familia, que soy un ser humano igual a todos los demás, pero que por algún motivo pertenezco a un pequeño grupo que no tiene derecho a ninguna esquina de este planeta. (¿Hay un grupo de seres humanos que no tienen derecho a vivir?)

Trato de imaginarme la vida sin derechos. Trato de imaginarme un intento de escape constante, una persecución permanente. Trato de imaginarme que yo, Catalina, sin haber hecho nada, no pertenezco a ningún país que me dé una identidad dentro de la imagen que hemos construido del mundo y que me permita ser ciudadana.

Trato de imaginarme el hambre, la lentitud y la agonía de los días.

Trato de imaginarme rodeada de muros –físicos muros– que me separan de los que amo y me dicen que hasta ahí llego yo.

Trato de imaginarme llena de miedo de salir a la calle, así como miedo de quedarme en esa casa sobre ese suelo que otros reclaman.

Nada es mío, ni mi propia vida. No hay ningún lugar seguro, ni siquiera un sitio diminuto al que pueda volver, después del día más difícil, a llorar en la tranquilidad de eso que muchos llaman hogar. No hay nada que yo pueda hacer ni otro lugar al que pueda ir. Esa es mi única posibilidad de vivir.

Trato de imaginarme en esa angustia, en medio de las explosiones de todos los días, mientras que el mundo las ve por televisión comiendo pizza.

Trato de imaginarme la vida… ¿es esto vida?

Es imposible imaginarlo, pero es obligatorio intentarlo. Son otros como nosotros los que no lo imaginan, lo viven.

El Valle de Nadie en CNN en Español

Entrevista con Pablo Jacobsen para su podcast Máximo Desempeño, de Revista Semana

Autora

Soy Catalina Franco Restrepo, periodista, viajera y lectora incansable. Aprendiz de escritora. Soy colombiana y vivo en Colombia, pero he viajado por 47 países y vivido en Estados Unidos, Canadá y España. Tengo un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid porque soy adicta a entender cómo funciona este mundo maravilloso, complejo y tantas veces tan doloroso. Después de hacer una práctica en CNN en Atlanta, he trabajado en medios de comunicación como La W, en editoriales como el Taller de Edición y en distintas empresas como asesora de comunicaciones y relaciones públicas. He hecho traducciones y escrito para distintos medios nacionales e internacionales (actualmente soy columnista de la revista Cronopio). En resumen, a partir de mis lecturas y mis viajes intento comprender el mundo, siento más cerca su dolor y su magia, e intento escribir para compartir un poco de todo eso.

En 2018 publiqué mi primera novela: El valle de nadie (disponible en Amazon).

En cuanto a este blog, hay espacio para mis textos sobre lo que me conmueve, para opiniones sobre el mundo y también para compartir la riqueza del planeta a través de relatos e imágenes de viaje.

Entrevista El Tiempo Televisión sobre El Valle de Nadie

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