Una educación que ilumine (mi columna en No Apto)

Siguiendo el enlace anterior pueden leer mi columna de hoy en No Apto sobre la urgencia de una educación incluyente y humana, que ilumine la llama dentro de cada persona, porque en la vida toca levantarse cada día a combinar la necesidad de producir con las ganas de vivir.

Aprender para existir (mi columna de hoy en No Apto)

Siguiendo el enlace anterior pueden leer mi columna en No Apto sobre la educación como la forma más radical de transformación del ser humano, la posibilidad de descubrir sentido e inspiración para no limitarse a sobrevivir.

Mi voto por Colombia

Al crecer, si somos personas humanas y si sentimos esa necesidad de ser mejores cada día y de no concentrarnos solo en nosotros mismos sino aprender a ser parte de una sociedad más diversa, armónica y positiva, entendemos que para funcionar en grupo, para relacionarnos constructiva y enriquecedoramente con los demás y para hacer parte de un desarrollo humano, necesitamos aprender a ponernos en los zapatos de los otros, de manera que no solo los comprendamos un poco mejor desde nuestras posibilidades y circunstancias, cultivando y fortaleciendo la solidaridad y la compasión, sino que seamos capaces de opinar y de tomar decisiones en contextos que no se refieren solamente a lo que nos toca de forma directa, sino a construir entre todos sociedades más libres, más diversas, más tolerantes y en las que la mayoría pueda edificar su vida lo más cercanamente posible a su felicidad, sin hacerles daño a los demás.

Nunca se nos olvide que nadie escoge sus circunstancias: ni cómo ni dónde nace, ni rodeado de quién ni con qué oportunidades. A partir de una lotería cada uno hace lo mejor que puede, así que hay que agradecer lo propio y ser solidarios con lo ajeno.

Por eso, cuando he analizado muchas veces mi posición sobre distintos temas que siento lejanos, he intentado poner sobre la mesa una hoja en blanco para dibujar la situación desde una base que no sea la mía, desde un escenario lo más libre posible de prejuicios y de circunstancias particulares, aunque pensado siempre desde mis valores, y entonces se me ha hecho más clara mi posición sobre cada tema:

Si yo estuviera muy muy enferma y sintiera que mi vida ya no era digna, y que estaría mejor terminándola voluntariamente en ese momento, ¿quisiera tener el derecho de tomar libremente esa decisión sobre MI vida? ¡Claro que sí! ¿Les estaría haciendo daño a otros? ¡Claro que no!

Si yo fuera homosexual y tuviera la fortuna de sentir la felicidad que trae a la vida el amor, ¿quisiera poder compartir MI vida con quien yo escogiera con absolutamente los mismos derechos que cualquier otra persona? Y si formara ese hogar lleno de amor, ¿quisiera tener derecho a recibir a un niño/a sin hogar para ofrecerle un espacio humano y amoroso en este mundo? ¡Pero claro! ¿Le estaría haciendo daño a alguien? ¡No! ¡Estaría simplemente compartiendo mi propia vida con quien mejor me sintiera y creando un hogar lleno de esperanza para alguien que no lo tenía!

Si por alguna razón quedara en embarazo bajo circunstancias negativas o sin desearlo con todo mi corazón, ¿querría tener la libertad de decidir sobre mi cuerpo y mi futuro con las condiciones legales y de seguridad necesarias en un proceso suficientemente doloroso? ¡Por supuesto! Las personas deben llegar al mundo a encontrar un espacio digno, constructivo, rodeado de amor y de oportunidades, y cada mujer debe ser libre de tomar las decisiones sobre su cuerpo y su vida.

Si fuera una niña o un joven creciendo en un barrio difícil o con recursos escasos, quisiera con todas mis fuerzas tener la oportunidad de estudiar para aprender no solo conocimientos útiles a nivel académico y después profesional, sino también valores y formas de analizar la vida y las decisiones para aumentar exponencialmente las posibilidades de tomar un camino sano y positivo y de construir una buena vida para mi familia.

Y, lo mismo, si fuera un papá o una mamá en una familia afortunada, quisiera que mis hijos recibieran una educación en donde la libertad y la comprensión humana y respetuosa de la vida fueran la esencia, para que todos entendiéramos que a nadie le falta espacio en la sociedad, que cada puesto tiene el mismo valor, y que desde la diferencia podemos construir un conjunto mucho más rico.

Y así tantas otras cosas, pero una fundamental que desearía desde cualquier rol que la vida me hubiera dado sería la de no perder un solo minuto para tomar decisiones y trabajar por una sociedad en paz. Así costara y tomara tiempo, así ni el camino ni la meta fueran perfectos. La vida no tiene mucho sentido si toca vivirla en medio de la guerra y la violencia. A quien le enseñan a reaccionar con violencia y con venganza, ese será su camino hasta para los más pequeños detalles por el resto de su vida. Así que una gran base para todo es la paz. Y para la paz se necesita educación. Y para que haya medios para educar y para vivir mejor se necesita cuidar los recursos públicos, es decir, reducir al mínimo la corrupción. Pero para que no haya corrupción hay que educar a la gente. Y es más posible que la gente viva en paz cuando se le dan oportunidades para vivir mejor… Y cuando se cuidan los recursos y se construye una vida mejor y se crean oportunidades y se educa la gente, pues hay muchas más personas con buenas ideas y formación para crear empresas sanas e innovadoras y para darles trabajo a otros…

En fin, es algo de nunca acabar pero hay puntos clave sin los que la cosa no funciona. Al fin y al cabo lo que cualquier ser humano busca por encima de todo es alcanzar una vida buena y tranquila, pero MÍNIMO, digna. Siempre la vida humana debe ser digna.

Así, mirando hacia el fondo para decidir el tipo de país que quiero, sé que hay dos candidatos que llenan, lejos de la perfección como cualquier ser humano, ese perfil. Se llaman Sergio Fajardo y Humberto de la Calle. Cómo hubiera sido de feliz de verlos en un mismo equipo, sumando esa cantidad de características, conocimientos e ideas para construir una mejor Colombia. Le estaré siempre agradecida a Humberto de la Calle por todo lo que ha hecho por el país, y lo admiro profundamente por ser la persona que es. Mi voto será por Sergio Fajardo y espero que, si llega a ser presidente, Humberto de la Calle haga parte de su equipo.

Yo voto por un país que no se alimente de odio ni de miedo y que no viva en los extremos. Yo voto por un país humano, educado y libre. Por un país que mire hacia delante y no se mantenga de espaldas destruyendo lo construido desde su rencor y desde el temor que le causa que la sociedad deje de decidir a partir del miedo. Yo voto por un país en donde sus líderes sean incapaces de poner a unos ciudadanos en contra de otros, en donde sus líderes piensen en Colombia a futuro, a costa de su popularidad presente, en vez de pensar en su propio poder.

¡Eduquemos a Colombia en un escenario de paz y nos sorprenderemos con quiénes podemos ser!

 

Lo que no hay que repetir

Entender la esencia del camino, así no se tenga todo resuelto, es a veces la clave para llegar a una meta que permita seguir construyendo a su vez caminos más agradables y claros.

Hace unos meses le pregunté a un joven en Bosnia cómo se sentía con respecto a la recuperación de su país tras una guerra sangrienta e indescriptible que terminó hace apenas 27 años: “Vamos mejorando, aunque es difícil… Tal vez sea un poco más fácil para las generaciones que vienen, que de pronto no se van a acordar tanto de todo lo que pasó… Pero yo lo único que sé es que, así algunos hayamos vivido momentos muy duros, tenemos claro que la violencia nunca más, que saldremos adelante despacio, pero jamás con violencia.”

Me lo dijo con dolor y con una convicción tan impresionante, que yo tuve la certeza de que esa nación y esa sociedad tan heridas tienen esperanza y las espera un futuro mejor.

Ojalá que en Colombia, que tuvimos tantos más años de violencia que Bosnia, nos hayan sido suficientes para entender que la sangre solo trae más sangre y que solo educando para convivir en paz con el otro y para construir un camino de vida legítimo se puede alcanzar la armonía personal, familiar y en sociedad.

Que el futuro de nuestra Colombia no gire en torno al odio ni a la venganza. Que tengamos un país en construcción permanente alrededor de la esperanza y lejos de la guerra, en donde las nuevas generaciones hablen del odio en pasado, como una lección de historia cercana para no olvidar, pero para no repetir.

Pasión y transformación

La plata está en el centro de todo y se convierte en el medio y el fin de nuestra existencia. Y eso es lo que les enseñamos a los niños desde que se empiezan a formar. Eso es lo que pasa.

El director de cine Michael Moore documentó en un video la experiencia que tuvo en Finlandia aprendiendo sobre el método de la educación en ese país, que hoy tiene los mejores estudiantes del mundo.

Resulta que hace unos años Finlandia tenía estudiantes igual de aburridos y frustrados que en muchos otros países, incluido Estados Unidos. Entonces decidieron implementar nuevas ideas hasta llegar a que hoy los niños tengan la jornada escolar más corta de cualquier país occidental (20 horas a la semana); prácticamente no tengan tareas; les den la misma importancia al arte, la música y el deporte que a las demás materias; y se les dé prioridad a los intereses particulares de los niños y al tiempo libre para que desarrollen su cerebro haciendo lo que más les gusta, además de algo más o menos importante: aprender a formarse como seres humanos.

Entonces cuentan los entrevistados que en Finlandia no existe esa obsesión desesperante por “buscar colegio”: no hay colegios mejores que otros porque no hay educación privada, sino que el estado maneja absolutamente todos los colegios, que son iguales, y, por lo tanto, el mejor colegio para cada uno es el que le queda más cerca.

Lo más importante es lo siguiente: los niños ricos y pobres estudian juntos y aprenden lo mismo, se respetan y son amigos, por lo tanto, aprenden y viven la esencia de la igualdad, y probablemente construyan relaciones, ideas y proyectos para trabajar juntos después, aprovechando el talento de todos, que no depende de cuánta plata tiene cada uno ni del color de la piel.

Así mismo, explican, los papás de los niños más ricos querrán asegurarse de que los colegios sean excelentes, en su totalidad porque todos son iguales, y así todos los niños tendrán una educación de la más alta calidad, además de tiempo para darles libertad a la mente y al alma.

Probablemente todos conocemos a alguien muy talentoso en algo que ya no pudo ser. Por la plata: o es pobre y no tiene con qué explotar ese talento ni se atreve a intentarlo, o es rico y le da miedo dedicarse a algo que no le dé más plata.

Nos hemos olvidado de la pasión, del talento, de la grandeza y la capacidad de los seres humanos, poniendo al dinero en el centro de todo: estudia en el colegio que puedas pagar, estudia con los que tienen la misma plata que tú, estudia lo que te asegure conseguir un trabajo en el que ganes suficiente plata, deja tu pasión como hobbie porque probablemente no sirve para nada, solo los que tienen igual o más dinero que tú son dignos de tu respeto.

Entonces se pierden ideas y mentes brillantes, se separan colegios, barrios, posibilidades y seres humanos, que después se matan entre ellos (probablemente por plata).

La educación es la esencia de una sociedad. Se puede hacer de un niño un monstruo o un gran ser humano con el poder de transformar positivamente su alrededor.

 

Soñando desde la guerra

Soñando desde la guerra_10 feb 2016

Así imaginan su futuro las niñas sirias que escaparon de la guerra” es el trabajo periodístico de Meredith Hutchison con niñas sirias que viven en campos de refugiados de Jordania. Además de la emotividad de las imágenes y la madurez y valentía de las palabras de estas niñas sirias a quienes la guerra ha robado su niñez, llaman la atención tanto la influencia que ha tenido en ellas la percepción de la mujer que les ha creado su sociedad –y la convicción de no dejarse limitar por ella–, como las razones que cada una da para elegir su profesión soñada y eso que quieren ser cuando crezcan (desde un campo de refugiados en plena guerra, sin posesión alguna y perdiendo a sus familias, están convencidas de que hay un futuro): todas tienen que ver con el amor, con ayudar a otros y hacer algo para mejorar las condiciones de vida de su sociedad.

Ojalá así sueñen también nuestros niños y jóvenes en Colombia, pudiendo imaginar un futuro por fuera de la violencia y abriéndose espacios dentro de la esperanza y la construcción de una sociedad más incluyente y armoniosa, más feliz.

 

* Haz clic en el nombre del trabajo de Meredith Hutchison para ver las fotografías y descripciones.

 

Que no se esfume la esperanza

Esta semana escribí esto en mi Facebook: “En la última década el país ha gastado más de 230 billones de pesos en un conflicto armado que no termina. Un gasto 80 mil veces superior al de cultura, 101 mil veces superior al de deporte y recreación, y 120 mil veces superior al de empleo público. Fuente: Revista Semana.”

Una persona opinó lo siguiente: “El (sic) los últimos dos años el Gobierno ha sido #capaz de gastar 2 billones de pesos en publicidad. Insólito.”

Tristemente, mi decepción de la política y mi desconfianza en los políticos son demasiado grandes, y mi tristeza por la ambición desmedida de los seres humanos por el poder y por el dinero ha llegado a un punto demasiado profundo, así que sí, seguramente es un asco el gasto en publicidad (aunque no sea nada nuevo ni solo de este gobierno). Pero más sucio y más insólito es que lo que llevó a ese gasto fue la preocupante polarización de los políticos y de la sociedad en Colombia, el hecho de que se tuvieran que armar campañas con mentiras, inexplicablemente para que nadie creyera que la paz era posible.

Y esto fueron dos supuestos billones en publicidad, contra una cifra incalculable en guerra. Al menos no fueron dos billones acabando con vidas y educando en la violencia a las generaciones que son el futuro de este país. Al menos fueron dos billones para acercarnos a la posibilidad de la paz y para que no se destrozara un proceso que puede cambiar la historia de Colombia; para que no se esfumara la esperanza.

A los seis años

–        Yo soy hijo del man que vino a organizar la piscina y vine con él porque yo le ayudo a mi papá –me dice Alejandro, de la nada, desde una esquinita en el suelo relativamente cerca de donde yo estoy recostada leyendo.

–        ¡Qué bien! Muy juicioso. ¿Cuántos años tienes? –le pregunto con curiosidad.

–        ¡Seis! –me responde ya caminando hacia mí, concluyendo que yo quiero conversar.

Me cuenta que le ayuda a su papá; que ya aprendió a “domar” caballos (esa mañana domó cinco); que, así sea flaquito, corre más rápido que sus hermanos (y me lo demuestra corriendo hasta una esquina y volviendo); que ya se sabe las vocales y las consonantes; que ya aprendió a nadar (y que le gusta más hacerlo en una piscina que en el río); que tiene una tía que no le cae bien porque le grita cuando no se quiere despertar para ir al colegio; y que aprende muchas cosas todos los días, por ejemplo a recitar un poema que tienen pegado en el salón de clases (me lo recita), en el que les enseñan a poner atención a los profesores, y a pedir el favor y dar las gracias, entre otros buenos hábitos de los buenos niños.

–        Adivine con quién amanecí hoy… –me dice con los ojos brillantes.

–        ¿Con quién?

–        ¡Con mi papá!

–        Y adivine quién me enseñó a domar caballos.

–        ¿Quién?

–        ¡Mi papá!

Se queda sentado a mi lado, a veces en silencio, a veces contándome otra de las muchas cosas que ya sabe hacer. Cuando el silencio se vuelve demasiado largo, probablemente cuando siente que ya agotó la lista de cosas que tenía para contarme, se para decidido y me dice:

–        Yo mejor me voy a ver muñecos en la televisión.

Y se va sin mirar atrás.

La hora de soñar

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Sentir al país unido alrededor de un equipo de héroes que han luchado por sus sueños por encima de todo, esos que hoy le muestran al mundo la cara apasionada y constructiva de Colombia, después de tanta polarización en una sociedad que obviamente quiere la paz –aunque haya ideas distintas y opuestas sobre cómo alcanzarla–, después de sentir tantas veces que tal vez no fuera posible, que tal vez esta tierra hermosa y llena de vida estuviera destinada al fracaso, a la muerte, a la guerra eterna y los sueños inalcanzables, sentir esa alegría que parece ser la única que logra sentarnos a todos en la misma mesa y borrar esas diferencias ficticias y dañinas que nos hemos inventado y nos hemos creído, es una forma de decirnos los unos a los otros, mirándonos a los ojos, y cada uno a sí mismo, que llegó la hora de creer en Colombia, de dejar atrás la idea de un país condenado que se nos ha metido al corazón a las generaciones que no conocemos la paz, de volver a creer en los sueños con la certeza que solo la pasión y la valentía de ser colombianos nos pueden dar.

Llegó la hora de creer que Colombia es un país en el que podemos dejar de hablar de guerra, en el que los niños pueden crecer estudiando y soñando despiertos con eso que quieren alcanzar cuando sean grandes, en vez de salir a la calle en busca de armas que llenen los vacíos del corazón.

Yo creo que no es coincidencia que estemos viviendo esta alegría precisamente ahora. Yo veo este sueño de la Selección Colombia, ese que también parecía imposible, como un símbolo absolutamente poderoso del cambio, de la evolución, de que llegó la hora de Colombia, esa hora merecida después de tanto dolor y de tantos sueños derrumbados. Creamos todos. Aquí tenemos el impulso necesario para darles importancia al presente y al futuro del país, por encima de diferencias que han podido sentirse grandes por lo fuerte que es la necesidad de cambio en cada uno, pero que son realmente simples tonalidades de un sueño que está a punto de ser, justo en ese momento en el que el cansancio de la cuesta produce la tentación de la renuncia, sin saber que se está a un pelo de llegar a la cima.

Colombianos somos todos los que lloramos viendo a unos héroes de distintos rincones del país, que no creyeron en las barreras ni en los imposibles cuando decidieron ser los mejores futbolistas del mundo, y que dejaron sus hogares para comprobárselos a todos esos que les dijeron ilusos. Hoy esos soñadores lloran de felicidad bailando con su camiseta amarilla, agradeciéndole a la vida el haberles dado la voluntad para intentarlo.

Colombianos somos todos los que no dejamos de creer en Colombia y los que hoy sentimos algo en el corazón que nos dice que llegó la hora de soñar.

El Valle de Nadie en CNN en Español

Entrevista con Pablo Jacobsen para su podcast Máximo Desempeño, de Revista Semana

Autora

Soy Catalina Franco Restrepo, periodista, viajera y lectora incansable. Aprendiz de escritora. Soy colombiana y vivo en Colombia, pero he viajado por 47 países y vivido en Estados Unidos, Canadá y España. Tengo un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid porque soy adicta a entender cómo funciona este mundo maravilloso, complejo y tantas veces tan doloroso. Después de hacer una práctica en CNN en Atlanta, he trabajado en medios de comunicación como La W, en editoriales como el Taller de Edición y en distintas empresas como asesora de comunicaciones y relaciones públicas. He hecho traducciones y escrito para distintos medios nacionales e internacionales (actualmente soy columnista de la revista Cronopio). En resumen, a partir de mis lecturas y mis viajes intento comprender el mundo, siento más cerca su dolor y su magia, e intento escribir para compartir un poco de todo eso.

En 2018 publiqué mi primera novela: El valle de nadie (disponible en Amazon).

En cuanto a este blog, hay espacio para mis textos sobre lo que me conmueve, para opiniones sobre el mundo y también para compartir la riqueza del planeta a través de relatos e imágenes de viaje.

Entrevista El Tiempo Televisión sobre El Valle de Nadie

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