Nos bajamos del carro en un parqueadero de visitantes de una unidad cerrada. Empezamos a caminar por un andén angostico, él detrás de mí, y vimos que venían tres niños en fila, montados en unos carritos impulsándose con los pies.
Nos hicimos a un lado para no interrumpirles el camino y nos quedamos mirándolos, mientras el niño que iba de primero les decía, muy serio, a los otros: “¡Paren, vienen personas que tienen que tener cuidado al pasar por nuestra calle! ¡Cuidado que van a pasar unos humanos!”
Y pasamos los humanos y ellos, ese otro universo que son los niños, siguieron su camino.
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