Lo que no hay que repetir

Entender la esencia del camino, así no se tenga todo resuelto, es a veces la clave para llegar a una meta que permita seguir construyendo a su vez caminos más agradables y claros.

Hace unos meses le pregunté a un joven en Bosnia cómo se sentía con respecto a la recuperación de su país tras una guerra sangrienta e indescriptible que terminó hace apenas 27 años: “Vamos mejorando, aunque es difícil… Tal vez sea un poco más fácil para las generaciones que vienen, que de pronto no se van a acordar tanto de todo lo que pasó… Pero yo lo único que sé es que, así algunos hayamos vivido momentos muy duros, tenemos claro que la violencia nunca más, que saldremos adelante despacio, pero jamás con violencia.”

Me lo dijo con dolor y con una convicción tan impresionante, que yo tuve la certeza de que esa nación y esa sociedad tan heridas tienen esperanza y las espera un futuro mejor.

Ojalá que en Colombia, que tuvimos tantos más años de violencia que Bosnia, nos hayan sido suficientes para entender que la sangre solo trae más sangre y que solo educando para convivir en paz con el otro y para construir un camino de vida legítimo se puede alcanzar la armonía personal, familiar y en sociedad.

Que el futuro de nuestra Colombia no gire en torno al odio ni a la venganza. Que tengamos un país en construcción permanente alrededor de la esperanza y lejos de la guerra, en donde las nuevas generaciones hablen del odio en pasado, como una lección de historia cercana para no olvidar, pero para no repetir.

Soñando desde la guerra

Soñando desde la guerra_10 feb 2016

Así imaginan su futuro las niñas sirias que escaparon de la guerra” es el trabajo periodístico de Meredith Hutchison con niñas sirias que viven en campos de refugiados de Jordania. Además de la emotividad de las imágenes y la madurez y valentía de las palabras de estas niñas sirias a quienes la guerra ha robado su niñez, llaman la atención tanto la influencia que ha tenido en ellas la percepción de la mujer que les ha creado su sociedad –y la convicción de no dejarse limitar por ella–, como las razones que cada una da para elegir su profesión soñada y eso que quieren ser cuando crezcan (desde un campo de refugiados en plena guerra, sin posesión alguna y perdiendo a sus familias, están convencidas de que hay un futuro): todas tienen que ver con el amor, con ayudar a otros y hacer algo para mejorar las condiciones de vida de su sociedad.

Ojalá así sueñen también nuestros niños y jóvenes en Colombia, pudiendo imaginar un futuro por fuera de la violencia y abriéndose espacios dentro de la esperanza y la construcción de una sociedad más incluyente y armoniosa, más feliz.

 

* Haz clic en el nombre del trabajo de Meredith Hutchison para ver las fotografías y descripciones.

 

La única casa

Ayer, en medio del caos actual de las calles de Medellín ocasionado por las obras de infraestructura que se adelantan y al que ahora se suma el tráfico navideño, llegué a una intersección en donde los carros que iban en distintos sentidos se encontraron atrancados tratando de cruzar al otro lado antes que los demás. Cada uno quería pasar primero y no esperar un turno más en el semáforo, que sería eterno.

Se desarrollan esas obras para avanzar y que, quién sabe cuándo, podamos cruzar esas mismas intersecciones de manera más fluida, pero todos nos volvemos locos.

Locos en ciudades en las que predominan los carros y no el transporte público, ni las bicicletas ni las aceras anchas y respetuosas con el transeúnte.

Locos oyendo las historias de atracos en las calles.

Locos abrazando unas fuerzas tambaleantes para apoyar el proceso de paz más difícil de la historia, bajo los gritos de los que no quieren creer en esa paz.

Me preguntaba yo, en medio de esa intersección, paralizada, si todas esas obras y calles tendrían futuro, si mi ciudad llegaría a ser más desarrollada y tranquila, si Colombia sería un país viable, porque en ese preciso instante sentía que no.

Me tapé los ojos con fuerza y me empecé a reír. De alguna manera, los carros se movieron y yo seguí por esa misma calle en la que también había un hombre montado en la rueda de una bicicleta haciendo malabarismos con tres objetos que daban vueltas en el aire, y llegué a mi casa, a mi única casa.

Este es el país que tenemos. País malabarista. Tiene que haber esperanza. Si no creemos, si la perdemos, seremos 47 millones de personas enloquecidas y sin un espacio en el mundo.

Que sigan las obras, tendremos paciencia y pasaremos más despacio; que siga el proceso de paz, nos aferraremos a esas fuerzas, así tambaleen.

 

El Valle de Nadie en CNN en Español

Entrevista con Pablo Jacobsen para su podcast Máximo Desempeño, de Revista Semana

Autora

Soy Catalina Franco Restrepo, periodista, viajera y lectora incansable. Aprendiz de escritora. Soy colombiana y vivo en Colombia, pero he viajado por 47 países y vivido en Estados Unidos, Canadá y España. Tengo un máster en Relaciones Internacionales y Comunicación de la Universidad Complutense de Madrid porque soy adicta a entender cómo funciona este mundo maravilloso, complejo y tantas veces tan doloroso. Después de hacer una práctica en CNN en Atlanta, he trabajado en medios de comunicación como La W, en editoriales como el Taller de Edición y en distintas empresas como asesora de comunicaciones y relaciones públicas. He hecho traducciones y escrito para distintos medios nacionales e internacionales (actualmente soy columnista de la revista Cronopio). En resumen, a partir de mis lecturas y mis viajes intento comprender el mundo, siento más cerca su dolor y su magia, e intento escribir para compartir un poco de todo eso.

En 2018 publiqué mi primera novela: El valle de nadie (disponible en Amazon).

En cuanto a este blog, hay espacio para mis textos sobre lo que me conmueve, para opiniones sobre el mundo y también para compartir la riqueza del planeta a través de relatos e imágenes de viaje.

Entrevista El Tiempo Televisión sobre El Valle de Nadie

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