¿Cuál es el propósito de la vida? Pero en serio, que no suene a cliché o a pregunta sin respuesta. Yo creo que es simple y que no hay que extenderse demasiado: más allá de los sueños, las metas y las ambiciones particulares, cada uno trata, sencillamente, de salir adelante y de construir una vida lo más amigable posible consigo mismo y con los que lo rodean. Porque no es fácil, ni para el más afortunado.
Cada uno lucha su propio proceso, batalla tras batalla, tratando de conocer de cerca esa idea llamada felicidad. Y para ello, como humanidad hemos construido un sistema según el cual la libertad es fundamental al lado de muchos otros derechos que terminan en donde empiezan los de los demás. Es decir, tenemos derechos y somos libres mientras con nuestros actos no dañemos los derechos de los demás.
Así, lo más lógico, lo más humano, sería respetar los procesos y las luchas de los otros, y no empeñarnos en defender nuestras particularidades por encima de las de los demás sin objeto alguno: pelear por pelear, politizar un montón de ideas que ni siquiera se tienen del todo claras y que tampoco llevan a objetivo alguno.
No. El proceso que vive el otro, su forma de construir su propia vida, de luchar con sus demonios, de darse paz a sí mismo y de acercarse a la felicidad no es asunto mío, desde que sus actos no violenten mi propio proceso.
A todos nos conviene una sociedad más tranquila, más en paz consigo misma, más dadora de amor, más satisfecha, más madura, más feliz.
Permitamos que el universo se beneficie de la riqueza de la diversidad, de las maravillas que surgen de las mentes y los cuerpos distintos, de la creatividad que estalla en quienes tienen la libertad y el valor de ser y desarrollar lo más puro y sincero de su esencia.
No promovamos máscaras que se convierten en envolturas de rencores en desarrollo, de tristezas infinitas que se transforman en odio y en la imposibilidad de vivir en paz. No promovamos el desprecio a la diferencia porque el mundo nos lo devolverá contra nuestras propias particularidades y de las formas más sabias.
Tengamos siempre presente la lucha del otro porque, por más distinta a la nuestra que sea, es nuestro lazo más fuerte como seres humanos y la única esperanza de viabilidad como sociedad.
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