– ¿Hay al menos momentos felices en sus vidas? Quiero decir, ratos tranquilos y alegres que los motiven, aunque sean cortos, algún tiempo libre que compartan en familia o hagan lo que les gusta… –le pregunté desconsolada, fingiendo serenidad por respeto, como una niña que ruega por última vez una respuesta que le devuelva la ilusión.
– No. Se vive para trabajar, se sobrevive. Tal vez algún domingo haya unos minutos para sentarse con los amigos, pero nada más. Dicen que Mumbai es la ciudad de los sueños, pero es en realidad la ciudad de la supervivencia –me respondió con absoluta franqueza y resignación, un poco sorprendido por mi interés en lo que no veía, Sunil, nuestro guía a través de los callejones del Dharavi Slum, el que hasta hace poco era el slum más grande de Asia y el segundo del mundo.
En nuestra condición de extranjeros, de turistas, prácticamente de extraterrestres, sin Sunil no hubiéramos podido caminar por allí ni tocar por esas dos horas –pero para siempre– una realidad que sería imposible de imaginar a partir de cualquier descripción. Las Naciones Unidas definen un slum como una zona degradada de una ciudad que se caracteriza por la baja calidad de sus viviendas, la miseria y la falta de seguridad en la tenencia. Es una de las veces en las que las palabras parecen no significar nada. Y para ayudar a darles forma a esas palabras no podíamos tomar fotos, por respeto.
En Dharavi viven un millón de personas en 2.4 kilómetros cuadrados. Un slum es también eso: sobrepoblación, falta de todo.
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